Aprovechando la inauguración el pasado 2 de septiembre de Moments Infinits, su última exposición, acudo a Àlex Espí (Ciutadella, 1981) buscando una prueba más de la actividad artística que caracteriza a las islas, esa magia patrocinada por el Mediterráneo que, en el presente caso, apuesta por el expresionismo abstracto y «esos momentos de nuestras vidas que apenas duran un segundo pero que quedan grabados en nuestra memoria. Buenos y malos momentos que a veces no recordamos pero que, al oír una canción, oler un aroma especial, o mirar una foto, entre otras cosas hace que se nos dispare en la mente la imagen de dicho recuerdo y que, pese a creerlo olvidado, nunca lo podamos borrar».
Momentos Infinitos es su tercera exposición, localizable en La Margarete (Sant Joan Baptista, 6), un espacio ubicado en la propia Ciutadella que acogerá la muestra hasta el 23 de septiembre. Su grado de implicación ha sido máximo y en ningún momento ha dejado nada al azar. «En un principio pensé en un tema que a mi entender fuera original y con el que la gente se identificara fácilmente. En Moments Infinits he intentado reflejar el máximo de emociones que podemos experimentar, y aunque me he dejado algunas ideas en el tintero estoy bastante satisfecho con el resultado final. La verdad es que poder montar tu propia exposición es una experiencia muy enriquecedora. De momento he podido organizarlas a mi gusto, que es muy de agradecer y siempre he tenido la suerte de tener alguien a mi lado para echarme una mano».

Àlex se alegra con la respuesta del público, siempre positiva. «Lo bueno de tener ese contacto directo con el espectador es que te hacen saber de primera mano si tu trabajo funciona tal y como esperabas o si, por el contrario, la idea no ha calado. De todas formas siempre hay que conservar una posición neutral ante la opinión, porque aunque tu trabajo sea alabado o criticado, uno no debe hundirse con la crítica ni crear demasiadas expectativas en el halago, sino ayudarse de la opinión para progresar artísticamente».
Uno de los elementos que fomentan esa progresión es la propia Menorca. Pese a haber vivido en Barcelona en varias etapas, siempre ha regresado a su tierra. «La forma de vida en la isla me proporciona la tranquilidad e inspiración necesarias para poder expresar mi obra, ya que ésta se encuentra en las emociones interiores. Aquí es donde me siento más a gusto».
Para los que conocemos las islas, existe en ellas un evidente compromiso por el arte local. La relación de salas y espacios vinculados con la creación es superior al de otras ciudades del Estado, a excepción, claro está, de las grandes capitales, a las que tampoco se les debe envidiar tanto.
«Es cierto que se respeta y se tiene muy en cuenta al artista local. En mi opinión quizás eso se deba a que la gente de aquí siente un gran apego por su tierra y allá donde vayas, bien sea casa particular, local o galería de arte, siempre encuentras algún tipo de obra de temática menorquina. ¿Quién mejor para representar este tipo de obras que un artista que tenga una estrecha relación con la isla?»

Aun así, en las islas, las vanguardias no tienen la misma difusión que en la península. Las creaciones figurativas siguen copando el mercado, aunque Àlex lo ve como algo natural: «A la gente en general tienden a gustarle las obras donde se identifique claramente el mensaje, la composición sea clara y las figuras familiares. No es una cuestión de mejorar o ampliar con respecto a la península, donde el artista abstracto tiene más salida, a mi entender el arte cuenta con ciclos, como todo en esta vida. Hoy puede triunfar el arte naïf, el hiperrealismo o arte conceptual y mañana volver a cualquiera de las tendencias del siglo XX. Incluso puede que no vuelvan jamás, nunca se sabe. Lo único claro es que el artista está obligado a evolucionar y experimentar en el campo donde se encuentre más cómodo para así representar lo mejor posible su obra».
Àlex agradece al expresionismo abstracto muchas satisfacciones y lo ha convertido en un campo de pruebas ideal para representar sus sentimientos. «En un principio dejo entrever una idea, provocar un impacto visual y poco a poco dejo que sea el espectador quien acabe mi propia obra. Él debe mirar en su interior, reflexionar y relacionar la paleta de colores, los trazos, salpicaduras, formas, incluso ayudándose del título, para entender el mensaje que intento transmitir».
Expresionista como Jackson Pollock, un autor cuyas obras le fascinaron desde el comienzo, incluso antes de descubrir el action painting o el dripping. Pero esas influencias no se quedan ahí, porque con el tiempo añadió las obras de Gerhard Richter, Manolo Millares, Tàpies y Sigmar Polke a sus referentes. «Aun no siendo del mismo movimiento artístico se intuye una relación entre ellos, en concreto, su concepción de pintura sin límites, de trazos violentos y a la vez bien estudiados. Todo eso hizo que me fijara en sus obras y en consecuencia influyera de forma definitiva en la mía».
Aunque reconoce que parte de su formación es autodidacta, siempre hay un motivo que acerca al artista al mundo de la creación. En el caso de Àlex se remonta a su niñez: «Me crié en una casa a las afueras del pueblo y, aunque mi relación con los otros niños era de lo más normal, me pasaba muchos días e incluso semanas sin ver a ninguno de ellos. Para distraernos, en casa nos daban, a mi hermano y a mí, unas pinturas y un cuaderno, hecho que ha propiciado que el dibujo y la pintura me hayan acompañado desde siempre».
Y si estas inquietudes no fueran suficientes, Àlex tiene una cuenta pendiente con la escultura, disciplina que trata con gran consideración y a la que no dedica más tiempo por falta de recursos materiales y espacio. La buena noticia es que «hace poco he conseguido montar lo que será mi taller definitivo, así que a poco que pueda la escultura ocupará un lugar destacado en mi obra. En el futuro, uno de mis objetivos sería montar una exposición tan solo de esculturas, y aunque sé que llevará su tiempo, espero conseguirlo».
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