A un artista se le puede conocer por su obra, por lo que terceros dicen de esa producción y por aquello que él o ella misma postula sobre su método e influencias. El problema, para quien quiera verlo (los que no, pueden saltarse lo que queda de párrafo) es que la tercera fuente de información recorre peligrosamente el terreno del narcisismo. Para abandonarlo, se requiere de una pluma honesta hasta la médula o un ejercicio que, más que paratexto, sea también obra. Me viene a la cabeza la autobiografía de Roland Barthes, en la que el crítico francés tendía a hablar de sí por medio de los conceptos que trabajó a lo largo de su vida, en diferentes periodos históricos y culturales. Este Moriremos mirando juega en dicha categoría, en la de los volúmenes que no solo recogen los escritos de un artista consagrado, también repasan la relación del fotógrafo Alberto García-Alix con las letras. En su caso, estas adoptan variadas formas, como el ensayo, la crónica, el guion, el verso, etc. Y empleo un etcétera porque las facetas son múltiples, en un constante diálogo con las inquietudes que le hemos visto en sus fotografías.

Moriremos mirando es una segunda edición. Una ampliada y revisada, por lo que multiplica su valor. Incluye textos escritos entre 1987 y 2020 y se hace acompañar de 55 imágenes, algunas de ellas producidas recientemente. Volviendo a los textos, hay de todo, desde los guiones de sus vídeos o los ensayos que aparecieron en sus catálogos, así como ensayos que aparecieron en publicaciones como Matador (la revista anual, ambiciosa y múltiples veces galardonada) y El canto de la tripulación, un proyecto igual de singular e influyente que incluye diez ejemplares publicados entre 1989 y 1997. Este es el Alberto García-Alix que incluye este libro, un artista complejo, conectado con la realidad, pero también con ese tipo de arte que tiende a abstraerse de ella y nos ayuda a llevarla mejor.

